En la Edad Media la cultura europea para definir criterios de verdad hizo eje en la Fe. La Edad Moderna reemplazó la Fe por la Razón y en base a esta construyó los fundamentos de la ciencia moderna, el positivismo, el método científico, los criterios impersonales y objetivos de verdad, leyes basadas en relaciones de causalidad y ello fue el ordenador de nuestros pensamientos en la comprensión de los fenómenos naturales y sociales. La posmodernidad parece haberse alejado de todos los criterios aprendidos en estos últimos siglos. La subjetividad vino a suplantar a la objetividad científica. La percepción personal reemplazó a la impersonalidad de aquellas verdades que no tenían nombre ni apellido. La particularidad sustituyó, en muchos casos, a la universalidad de la razón buscada y descubierta a través de hipótesis, pruebas, la replicación de los experimentos para verificar las conclusiones. Hoy las definiciones no son tales, pues los conceptos pueden estirarse hasta que encajen en nuestras pretensiones subjetivas. El voluntarismo posmoderno despidió sin causa a la racionalidad moderna. Mientras el “logos” atendía la puerta del frente, el “pathos” entraba por la ventana del fondo. Las pasiones, las emociones, los sentimientos, cuando no los intereses propios y ajenos, materiales e inmateriales, fuerzan las teorías y construyen el camino inverso al de la ciencia. Primero están los conceptos y luego tratan de justificar con ejemplos, no con pruebas objetivas. En el siglo XIX la racionalidad de Vélez Sarsfield le impidió decir que la energía era una “cosa” aunque le aplicara las mismas disposiciones que a ellas, ya que su carácter “inmaterial” no permitía incluirla en los “objetos materiales o cosas”. Hoy el Derecho puede llegar a decir que algo es y no es al mismo tiempo, por ejemplo hoy una gorila es una “persona no humana” y mañana lo será un robot o androide cuando alguien, tal vez ellos mismos con su inteligencia artificial, reclame por sus derechos. Lo mismo puede decirse de la Biología, la Historia, la Política y otras ciencias; todas construyen definiciones con “fórceps”. Todo puede ser algo y no serlo a un tiempo, violando el principio de no contradicción. La cultura y sus elementos, como el lenguaje, los valores, las creencias y los símbolos, están desamparados frente a los intereses de los mercaderes. Una Nación se va desdibujando desde la construcción de nuevas palabras, con la complicidad de medios y empresas que promueven músicas, comidas, vestimentas, conductas, costumbres, etc. Las escuelas son la última trinchera de los valores legados por la tradición, pero poco pueden hacer, pues la porosidad de sus normas le dan un protagonismo inusitado a los dispositivos tecnológicos en el aula. Los celulares, caballos de Troya de esta nueva irracionalidad, levantan con facilidad las barreras que antes no pudieron doblegar la radio y la televisión. No sé cuál será el resultado de estos cambios vertiginosos, lo único que me animo a afirmar es que seguirá siendo difícil la construcción de sueños colectivos, si no existen bases firmes para asentar los pilares de una sociedad. Si cualquier afirmación repetida masivamente puede ser verdad, aun en contra de leyes o principios científicos preestablecidos, dos más dos puede ser tres o cinco y los hechos históricos, tal como hoy se presentan, seguirán siendo tarea para el hogar de aquel que quiera acomodarlos a sus necesidades.
Miguel Ángel Reguera
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